Paula en la Ciudad feliz.
Juan Cruz. Escritor y Periodista
Sales del estudio de Paula Varona con esa frase en la mente: ”Paula en la ciudad feliz”. Su estudio es como una isla en medio de un montón de edificios grandes que a su vez han empequeñecido a una tribu de callejuelas que se parecen al Madrid de El Verdugo,aquella miserable ciudad que acababa justamente aquí, antes de convertirse en un descampado que formaba parte de la anchura de Castilla.
Aquí está Paula, en su estudio, rodeada de una felicidad que tiene paisajes, colores, gente andando, tomando helados, acariciándose a pesar del frío o de la nieve, gente que se quiere también bajo el calor tórrido que convierte Madrid en una sombra nítida en los veranos. Ella ha pintado todo esto como si se lo hubiera prendido en la memoria, como una fotografía inquieta que ya formara parte de su naturaleza. De su naturaleza. ¿Y por qué es tan feliz Paula Varona? Lo que ocurre no es bueno, y lo que ha ocurrido tampoco lo es. Ella pinta acerca de Madrid, de la que escribió Dámaso Alonso… ésta fue la ciudad devastada.
Y, sin embargo, Madrid renació. Paula, que tiene la edad de la esperanza… Paula retrata ese paisaje del alma alegre de la ciudad confiada. Da gusto mirarla mirar. Ha entrado en numerosos edificios, grandes y pequeños, solemnes y pobres, y se ha subido a las azoteas; como un pájaro vivo, ha mirado desde arriba y ha retratado las cúpulas, pero también ha bajado a los parques, y en ellos ha encontrado flores, plantas e incluso virutas, lo que el tiempo va dejando para que la ciudad se haga completa, no sólo con la fugacidad de las obras o de los hechos sino con la impronta espiritual del alma que los hombres, aunque sean fugaces, van dejando con sus suspiros.
Es una felicidad alentada también por la memoria. La ciudad es memoria y si no no sería nada. Paula la ha retratado despertándose, durmiendo; de noche y de día, ese pincel que está dotado para lo minucioso es también el pincel de la metáfora; cuando expresa nieve no quiere decir frío, quiere afirmar la capacidad que tiene la ciudad para arroparse. Y cuando expresa día no quiere decir, tan solo, vida en las calles, mercado, tráfico. Hay en ese día de Madrid retratado por Paula Varona un grito tranquilo de lo cotidiano que expresa sin rubor que está feliz de seguir existiendo; y en la noche de Madrid, en el reverso de ese mundo que cuenta, la ciudad denota un entusiasmo parecido por vivir y por relacionarse con una realidad distinta en la que los hombres y las mujeres buscan el placer de un color o de una caricia. Ahí, en ese Madrid nocturno, hay dolce vita, lo que pensábamos que era la felicidad cuando salíamos de noche y empezaba la primavera política de España, instaurada en Madrid con el nombre propio de la movida. De esa época es la juventud de Paula, y no es extraño que ahora, en estos cuadros, se hallen esos efluvios que ahora convocan, a los que tienen más de cincuenta años, melancolía o, en todo caso, placer.
Cuando me iba Paula me dijo que en su pintura caía como una sombra benéfica el espíritu de Van Gogh y el espíritu de los impresionistas. Desde que vi su pintura mi propia contemplación de Madrid está relacionada con sus cuadros; ahora miro las esquinas y los balcones, y esos árboles solitarios del invierno, y los parques vacíos, y las aceras con gente oscura o envenenada por la prisa o feliz por el sosiego o nocturna y me imagino a Paula inmortalizando ese movimiento. Acaso como ella imagina los campos de Van Gogh incendiándose debajo de esos pinceles que parecen ponerle una frontera a la locura.
Madrid visto por Paula. Qué experiencia tan feliz
Juan Cruz